Cuatro poetas y una metáfora

Vi con dolorosa preocupación las escaleras mecánicas del metro. Estas ayudantes en el ascenso-salida desesperado donde la maleta pesa menos y se ahorra el andar, monstruo devorador de crocs y voluntades: están próximas a desaparecer frente a un invento innovador de algún genio que ha pasado, de seguro, noches sin dormir. ¿Cómo es esto posible?

En la última semana el grupo literario viajó a Caracas. Nos encontramos entre las masas amplias de gente sudada, presurosa y malhumorada, como jóvenes encapsulados. Antes de que se lo pregunten, sí, logramos pasar «lisos» nuestra semana. Fuimos a nuestras jornadas de crítica lo más tranquilos de la vida, hicimos nuestro trabajo: presentamos ponencias, escuchamos ponencias y devoramos los refrigerios que nos ofrecían. La Católica queda lejos y el trasporte más rápido y bueno, «»»seguro»»» es el metro; este nos dejaba solo a una pasarela de distancia y era nuestro principal medio de transporte. Perdí la cuenta de cuántas veces abordamos el metro, entre entradas, salidas, subidas, bajadas, apretujes, la voz como una letanía: «cuatro caramelos por cien, ¡llévelos!, avanzo, de coco o jengibre mi gente». También nos tomaron por sorpresa las horas pico, hasta un retraso, pero lo logramos. En una de esas tantas repeticiones, al final o al comienzo del día, vimos que el suelo justo al lado de la escalera automática se plegaba formando unos ángulos perfectamente trazados y subía -o bajaba, quizás ambas-, parecía una escalera mecánica pero de concreto ¡y no se movía!

Estábamos sorprendidos ante aquel maravilloso hallazgo, a tal punto, que nos pareció imposible salir hacia la luz incandescente a través de aquel curioso mecanismo. Escalones inamovibles, siempre angulares como esperando a un pie próximo. El pasamanos era igual, estático, nada que podías jugar a sentarte y dejar que la cinta te llevase. Muy raro. Eso era algo que solo había podido salir de algún poema nuestro. Nos pareció, de verdad, muy raro. Veíamos a la gente apretujarse para abordar las escaleras mecánicas y allí estaban estas, vacías, solo unos cuatro o cinco peatones subían -o bajaban, quizás ambas- y lo hacían mucho más rápido. Nos preocupamos: ¡pobres escaleras mecánicas! destinadas a desaparecer cuando todos se enteraran de aquella cosa que también servía para subir. Nos acercamos a una señora que iba presurosa y la bola de gente aglomerada en la pequeña boquita de las escaleras no la dejaba pasar:

-Venga, señora, suba por aquí es más rápido.

-Ay, no es que me caso de una -dijo con gesto de asco.

Y no entendimos, de verdad que no. Vimos también como todos miraban con recelo a los que subían sin problemas las inmóviles escaleras. Sí er385e0d23e8d07865b0c1b2d989591fa2a cierto que se cansaban, jadeaban un poco y hasta podían sudar pero en la cima se veían sonrientes y victoriosos. ¿Por qué la gente no subía por allí? Mientras íbamos emprendiendo nuestro ascenso hacía esa luz que pareciera venir de otro mundo -el metro lo es-, como cuatro poetas que somos pensamos y reflexionamos sobre aquello y nos dimos cuenta qué era aquel hermoso logro de la arquitectura e ingeniería poética: una metáfora.

Sí, como lo leen, una metáfora y no cualquiera: de país. La idea fue como el bombillo sobre la cabeza de Eddison, como la explosión del big-bang, como los disparos cruzando las calles caraqueñas. Es gracioso que nosotros nouvelles en el metro, jóvenes solos en Caracas, turistas pues, turistas, pudiésemos darnos cuenta de ello. ¿Alguien más lo habría pensado? No sé, pero el país funciona como una estación del metro y sus escaleras. Hay muchos buscando la salida fácil, el atajo, lo que menos canse y se apelotonan, golpean, pasan unos sobre otros y se apretujan para llegar tarde, muy tarde -igual no les importa-. Mientras del otro lado, allí cerca, están los que suben sin problemas (con maletas tan pesadas como las que llevamos cargadas de libros) y llegan -incluso más rápido que los otros- pero son mirados feo y desdeñados por presurosos y entonces ellos son los facilistas, los que sudan  y que no delegan lo que sus propias piernas pueden hacer. Y este es el país que tenemos, doloroso como una croc rompiéndose tras la mordida del monstruo, perezoso como un despertar y abarrotado como la escalera.

Aquella idea nos entristeció mucho, pensamos que lo mejor era eliminarla para hacer un bien, por eso del deber moral. Así que fuimos a conseguir un par de mazos y le dimos con toda la fuerza antes los ojos asombrados de la gente. Y lo hicimos, la destruimos y la dejamos hecha pedazos para luego tomar camino y seguir con la rutina.

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Infancia a.m (antemilenian)

Yo que de niño fui amamantado hasta los cinco

que los pañales siempre me dieron asco (aún a mi edad me siguen repugnando)

que andaba desnudo por la casa (conservo la costumbre)

que jugaba siempre en la tierra toda la tarde y me ensuciaba hasta los oídos

que nunca obedecí una orden en mi hora de juego

que grité: “ya voy” cuando me llamaban y tardaba en acudir

que también odié bañarme

que me gustaba levantarme temprano, sentir el olor a café y desayunar arepa con queso

que me acostumbré a decir: “ción”

que me disfrace infinidad de veces como superman

que cuando me decían: “bájate de ahí, te vas a caer” terminaba con las rodillas raspadas, dientes rotos, moratones por todo el cuerpo y siempre lo volvía a hacer

que compre refrescos de litro en botellas de vidrio

que pedía “cien bolos” y me revolcaba en envolturas de chocolates

que me reía con el chavo a pesar de tener treinta años de estrenado (debo confesar que aún ahora, después de viejo, me río y reiré)

que vi el club de los tigritos, los hermanos Warner, aventuras en pañales y otras tantas caricaturas cuya enumeración sería muy extensa, todo esto sin tener cable

que extraño a Bugs Bunny y a Tom y Jerry

que aún espero el día en que el coyote atrape al correcaminos (aunque piense que es un grandísimo tonto)

que el momento más épico de mi infancia televisiva fue cuando los Looney Toons se encontraron con Michael Jordan

que a pesar de tanto televisor, nunca me faltó, me falta ni me faltará un libro

que por mi mal comportamiento (hiperactividad según los grandes) era enviado infinidad de veces a la biblioteca

que conocí al principito

que mis profesoras me hacían recitar poesía empalagosa pero que a todos encantaba (del cielo cayó una rosa, mi madre la recogió, se la puso en el cabello y que linda le quedó)

que mi padre era declamador

que mi mamá me hablaba de tío tigre y tío conejo, caperucita roja, los enanos y otras historias

que en el salón era astuto con las matemáticas

que en el recreo jugué al “tocaito” y a policías y “malandros”

que a mí me machorrearon, no me hicieron eso de “bullyng” o “bulling” (como sea que se escriba)

que huía de las peleas

que me hice boxeador, kick-boxeador, karateca y hasta ninja y ya nadie más quiso pelear conmigo

que siempre me gustaron las historias de terror

que a pesar de que me gustaban esas historias siempre me dio miedo la sayona, el silbón, la llorona y otros fantasmas

que mi sueño siempre fue ir a Nunca Jamás y derrotar al Capitán Garfio

que solo tuve novia hasta muy entrada la pubertad

que gritaba en la calle todo lo que sentía

que era yo mismo

que era un niño y lo seguiré siendo hasta el fin de mis días

Advierto que no pienso crecer nunca, (estas no son falsas promesas como las de Peter Pan), y seguiré caminando desnudo, gritando al cielo y cantando  las canciones de ni fu ni fa hasta el fin del tiempo.

 

La literatura no existe

En cuanto a lo práctico de la literatura, hay que afirmar que: esta no existe. ¿Para qué sirve entonces esta nomenclatura que tras años se ha empeñado en acuñarse a las humanidades? Aún más, ¿si no sirvió anteriormente, de qué sirve en estos tiempos? Han hablado los más poéticos escritores sobre la salvación a través de la literatura, los más objetivos críticos -desde los formalistas- de la creación o estructuración del efecto estético del texto a través del lenguaje y de su transgresión a la norma. Y aún si nos empeñamos en acercarnos a esta última afirmación se estaría reduciendo a la literatura a una serie de articulaciones gramaticales sin contenido (los formalistas, principalmente lingüistas estudiaban la literatura desde esta ciencia). El problema de definir siempre ha implicado un riesgo inmenso, sin embargo, es menester hacer un «acercamiento» (como se ha denominado a la «definición» por miedo al rechazo de ideas) de los conceptos para, sobre esa base, trabajarlos.12884583_10209183423133117_996129404_n

En la actualidad «literatura» está definida por el gusto. El concepto está reducido a la subjetividad del lector que considera las obras con base en el placer que le ha causado. Pareciera que esto es lo que ha definido siempre al vejado concepto y que con el pasar del tiempo nuevas definiciones se han transmutado. Entonces el concepto está ajustado a una definición hueca y convencional que va desde lo micro a lo macro, es decir, desde el individuo a la sociedad. Sin embargo, cualquiera fuese la definición micro o macro de esta, eso no responde la pregunta sobre su utilidad. Las sociedades que giran alrededor de un centro para oponerse y diferenciarse de un «algo» concreto necesitan de aportes útiles para crear el carácter heterogéneo de ellas. La literatura no participa de esto. Solo construye un carácter de reseña no pragmática.

En una sociedad venezolana tan caótica, la literatura solo ha de servir como escape, negación. Funciones que son completamente inutiles para el desarrollo pedagógico de una sociedad. También habrá de servir de loa y alabanza, cosas que como las anteriores no sirven para nada.  De tal manera que la definición hueca devenida de lo cómodos que se sienten algunos con el texto, nos refleja una literatura que engloba trabajos textuales puramente formales, de trabajo de la lengua, un trabajo enfocado en una función emotiva jackobsoniana. No importa si el tema tratado es inaudito, si la forma es perfecta, «literatura» lo hará la convención. Pues aunque un texto haya nacido para ser tal cosa, muchas veces termina, por la convención, siendo un folletín más.

Concordemos entonces que la literatura es todo texto que sirve para crear un placer por el puro hecho de crear placer. Es un hecho erótico. El erotismo se desvía de la reproducción y la literatura se disloca y desvía de su principal objetivo: ser útil. La existencia de la literatura como hecho útil está en veremos, pues como mencionamos anteriormente, hay quienes afirman, con todo el sentimentalismo del mundo, que sirve como reflejo de las emociones, vivencias y cosmovisiones del individuo. Sin embargo, esto no le imprime un carácter de utilidad, sigue por tanto siendo inútil para una sociedad activa. De tal manera que si con cautela observamos: la literatura trata de mezclarse a este mundo caótico por el que transcurre su no-existencia, su presencia sin esencia; he allí la necesidad de volverse cada vez más micro, no hay tiempo para perder fijándose en extensos tratados por placer, como el sexo en los japoneses, el acto del placer se reduce a cuestión de escasos minutos, un polvo de gallo, un rapidín.

Por otra parte, si tomamos en cuenta una definición formalista de ella, veremos pues, que tampoco comporta algo de gran utilidad. ¿Para qué sirve la dislocación del lenguaje cotidiano, lenguaje que por sí mismo también puede ser literario? Y además, no conforme con ello habría que definir qué es lenguaje cotidiano. Porque no todos manejan el mismo registro del habla. Concordemos pues que la literatura «es un hecho erótico» como mencionamos antes.

He tratado en pocos párrafos de hacer una reflexión un poco tosca del concepto que nos embarga y sigo sin contestar las preguntas primeras. Sin embargo, el problema que nos acaece no es algo sencillo de dilucidar, pero se puede afirmar, con tajante crítica, sin basamentos (en otro articulo hablaré de la reflexión y argumentación sin autoridades) que la literatura ad initium et per se es todo texto capaz de crear y recrear un efecto estético a través de la transgresión de la cotidianidad lingüística y que además sean considerados «bien escritos». Funciona como categoría englobante de todos aquellos textos capaces de trascender lo micro y volverse macro, es decir, ir del individuo a la sociedad como explicación de la explotación imaginaria. Con respecto a lo práctico, realmente carece de ello: he aquí su inexistencia. ¿Cómo catalogar de existente algo que no es práctico en lo tangible? Quizá sea muy bíblico dicho cuestionamiento, pero resulta interesante observar lo que trabajamos desde su carácter de funcionalidad real en la sociedad moderna. La literatura no sirve para nada y estamos trabajando sobre una base de arena sin escayolar y brisa de espejismo. ¿Cuándo se ha visto que la literatura responda a problemas reales? Quizá porque no le interese hacerlo (para eso está la ingeniería y ciencias duras) Esto podría contestar el porqué Japón decide abolir las humanidades. Sea cual sea, la función de la literatura y lo que «es» en sí misma, será aun problemas que acaecerán sobre los eruditos y aquellos quienes reflexionen su campo de desarrollo, como nosotros.

Poema Marquesiano, silencio, por favor

ahora comprendo este advenimiento de los soles
que se tajan, se vuelven rodajas de una misma piel
y solo tres lenguas pueden pronunciar sus aguas
cuando se disuelven                     si es que se disuelven

por eso esta decisión de ser colibrí
casa, agua y tierra
que danza tras la poesía
tras la creación de toda está luz opaca
que aguarda la fuga
la caída de las constelaciones neptunianas
o el regreso
a una forma infranqueable
donde su significación sea escasa
polvo que construye cortinas
y se queja

ahora entiendo señor, sí, solo ahora entiendo
que este advenimiento ha sido para recibirme
para dejar de lado lo más líquido de mi fuego
y descongelarme
como en las notas que palpa el jazz
y ser algo que se mezcle a otro algo
como si solo fuera una estrella que se desprende del hilo rojo que teje
y teje y teje
la jugada precisa de los iracundos rayos
de los solitarios dioses que se presentan en mareas secas
secas inundaciones que se advienen

que se presentan
que me saludan

-allá va la lengua, en el congelador
se le calló el signo, se le cayó el significante
mire, vuelva
que los soles lo recojan-

ahora entiendo que el silencio es una espora que se desprende del agua calma
ahora sé que los soles fueron hijos de la lluvia
ahora entiendo que la esfera es un triangulo que desciende a los portones derretidos
solo con el advenimiento de los soles he comprendido que la noche no existe
y que nada es verdadero
que la poesía aún no nace
y que yo, realmente no sé que estoy escribiendo

por eso,
a favor de concordia
de que la lengua recupere el signo
y este la abrace como amante
y la penetre con el fuego del sentido

yo me callo

yo procuro silencio
yo procuro viaje a todo lo que fue dicho

y desciendo: silencio, silencio

 

sssshhhsssssshhhh

Noche cuarta del tercer mes

Siempre recordaré el día que llegó el libro a mis manos. Grueso, marcado por el tiempo, como una piedra brava. De manos nobles, aquel ejemplar que tanto había codiciado para mi biblioteca, llegó sin buscarlo. Recordaré también, que nunca salió de la sucursal que había materializado al lado de mi cama, lugar privilegiado para mis libros, pues era como una sala de espera para ser descubiertos, desnudados, devorados. No olvidaré tampoco la extraña sucesión de hechos alrededor de aquel libro, todas las noches en vela que me provocó, como si hubiese estado escrito, en otro libro, la historia de esos días. No olvidaré el susto, principalmente, la llamada anterior a eso, que provoco un oscuro sonido que penetró mi piel, hizo erizar mis cabellos tras la nuca y me recorrió ese frío que, al sentirlo, uno intuye que significa.

El carro partió de la casa, lo recuerdo bien, él se había puesto una camisa verde a rayas y un pantalón jean. No pensó mucho para salir, pues esas fueron las primeras prendas que encontró; era como si la calle lo llamara, lo invitara a pasearse sin control porque no había peligro, eso parecía. En la tarde habíamos estado tranquilos, escuchando el azul vibrar de las cuerdas de un violín, viendo cómo las manos agiles del director dibujaban en el aire compases llenos de gala y dulzura, como si fuese, antes que músico, un pintor que traza líneas imaginarias y con una pintura diluida. Reíamos, porque hablábamos de lo bien que vestía la concertino. “Está muy bella, poeta mire como mueve la mano y con la dulzura que toma el arco, es como que abraza cada nota que hace sonar”. Él siempre tan pícaro, lleno de tanta elegancia y sobriedad. Nada de lo que hicimos esa tarde auguró algún hecho fatal posterior, ni siquiera que me quedé con sus llaves cuando fue a casa. Tampoco que le costó salir, que olvidó la chaqueta y extrañamente, se llevó su teléfono, nunca salía con el aparato, por aquello de que lo fuesen a robar.

Yo leía, solo podía leer, apasionadamente me iba sirviendo del plato denso de la poesía del Paisano poeta. Pensaba también en aquella enamorada que no llegaba aún a casa y en que no había escrito nada en toda la semana. El frío se hizo espeso y agudo. La noche muy silenciosa y solitaria: oscuras las calles que transité al volver a casa. Me esperaba, primero en la lista, aquel libro que tan hace poco había llegado a mis manos. Me lo regaló él, muchacho ejemplar, ese primero de mes, hizo una dedicatoria especial con la maestría de quien firma una carta de amor, yo me reí, a pesar de que vi, más en el sueño que en la vigilia, el libro deseado. Cuando él se fue, yo me quedé leyendo. “Vuelve en una hora”, me dije, “ese debe andar allá afuera del apartamento, hablando con el amigo”, pero no. Pasó una hora, pasó otra y nada que entraba. Salí varias veces de la habitación a cerciorarme de un regreso que aún no se había producido, como quien ve el reloj cada cinco minutos y este nunca avanza, como quien espera una noticia de un médico. La preocupación iba en aumento y la respiración poco a poco se iba cortando en aquella sala de espera. La gente reunida, sin saber exactamente cuál era la situación. El carro andando veloz por la ciudad, dando vueltas como María en la sala, como los libros, como mi mano recorriendo las páginas, mis ojos como dos ruedas girando en el Reino. Nadie se pronunciaba, el silencio espeso y sucio, como el aserrín húmedo, apretaba la habitación. Yo me llevaba las manos a la cabeza, me levantaba, revisaba: nadie en la puerta, seguía leyendo. Él, extrañamente decidió ponerse el cinturón, la comezón en su mano derecha, como un enjambre que vuela cerca de la piel, le llevó a ponerse el cinturón. “Quién sabe, por si acaso”. Ambos reían mientras le daban sorbos tranquilos a la cerveza. Yo me perdía en lo más profundo de la casa, como en una esquina indicada precisamente para mí.

“¿Adónde iba la noche tan tranquila?” era la pregunta que, ceñida a la frente, daba giros descontrolados. Yo, solo veía al siete regodearse en su poema, mientras quedito él cerraba los ojos a una hora desesperada. “No, poeta, no se vaya, vuelva” y no volvió, se despidió de una manera muy tranquila, sonriendo tan gentilmente como para calmar a los presentes. Luego de tanta espera al fin los habían dejado pasar, como yo había permitido la entrada de los libros a la cama, lo rodeaban sus más cercanos, le besaron las manos menudas y se despidieron de la manera más tranquila que conocían. Se detuvieron en la esquina. Alguna figura importante daba la noticia del deceso del poeta, mi teléfono sonó: “Poeta, se nos fue el sietecito, el pajarito ya no aletea”. La lluvia me incendió el pecho y el corazón rojo como el semáforo se aceleró a una velocidad de accidente. Los chocaron por donde él iba sentado, en el puesto del acompañante. El shock paralizó su corazón y yo leí la dedicatoria que había escrito. El choque, fue en una avenida italiana, al lado de un hospital. Alguna figura importante, algunos dicen que ministro, llamó a emergencias, después de haber llamado a un amigo para informarle que cierto poeta acababa de fallecer. Yo solté el teléfono y volví a leer, solo, en mi cuarto, preguntándome qué iba a hacer con esa vuelta a casa entre las manos. Leía al poeta, la dedicatoria, lo llamaba a él y nadie contestaba: ni el libro, ni el poeta, ni él, que salió y volvería en una hora.

Solo habían pasado cuatro días desde que el libro me había llegado a las manos, el ministro tenía solo horas dando la conferencia, yo apenas un par de minutos de haber terminado un último poema, él una hora de haber salido. Como un extraño circulo pasamos aquella noche cuarta del tercer mes.

Voló el colibrí: Ramón Palomares, el sietecito que volvió a casa

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La noche del cuatro de marzo tomé entre mis manos “Vuelta A Casa”. Una recopilación de un poeta Paisano: Ramón Palomares. Mientras leía y regresaba, lentamente disfrazado de cualquier cosa: colibrí, lobo o nube, recibí una llamada inesperada que anunció, tristemente, la partida física de uno de los más grandes poetas venezolanos. En mi corazón la nube de lluvia no se hizo esperar. Acaeció, como una tormenta viajera, la melancólica visión de su partida. ¿Y ahora qué hago con esta Vuelta A Casa entre las manos?

Nació en Escuque, Venezuela, el 7 de mayo de 1935. Uno de los grandes poetas actuales en lengua castellana. Maestro y especialista en lenguas clásicas. Personaje central del grupo Sardio y de El techo de la ballena, expresión de la vanguardia poética en Venezuela. Quizá se suponga que he de reseñar la obra del maestro, quizá, solo quizá se crea que he de escribir con la melancolía de quien redacta un documento; quizá deba ser objetivo. Pero un grande de las letras venezolanas alzó vuelo. Como un colibrí se fue hacia el Reino escondido esparciendo el fuego de una vanguardia que no envejece, como su poesía de calibre mundial. No hay manera mortal de rechazar la entrada a su casa, pues la invitación poética del gran maestro venezolano siempre ha estado extendida con su desprendimiento sobre la tierra venezolana y más allá de sus fronteras. La obra inmortal del poeta alcanzará rasgos cósmicos e indelebles. Será celebrado hasta el cansancio –que no llegará pronto- y viajaremos con él hasta los lugares más recónditos.

“Oíme, Oíme

Yo siempre estoy pendiente:

—Dónde estará? Qué estará haciendo? Se acordará de todo?

¡Ah rigor!”…

Ramón Palomares (Adiós Escuque 1968-1974)

Han pasado ochenta años, sietecito, desde aquel primer vuelo hacia la luz que te descargacreó la sonrisa siempre joven. Ochenta años de regalarnos la alegría de tus letras, de la visión venezolana de la vida, de tus vuelos, de dejarte a todos nosotros como único, magnifico gran obsequio. Sé que no soy el único dolido por esta partida tuya, siete, que de tan buena manera nos brindaste una cama donde dormir el pecho que arde en poesía, en sueños que viajan, en un Escuque que te recuerda. Y Escuque, cómo decirle… cómo carrizo decirle que esa despedida tuya, ese Adiós Escuque es verdad y que ya no vuelves. Habrá que dejarte volar pajarito, que llegas amarillo a donde la brisa aún no vence y se guardan todas tus noches. Las flores, estoy seguro, habrán de devolvernos tu poesía cuando la tierra te eleve alto, muy alto hacia el infinito viaje de regreso a la casa.

Perteneciente a grupos literarios prominentes, siempre en pie de lucha, estuvo frente a la poesía, combatiendo, como solo lo puede hacer un paladín de las letras, armado hasta la pluma. Su poesía es un viaje a lo mágico, a su interior. Por medio de ella, podemos conocer al poeta y a su tierra, además a nosotros. Pues es inevitable la reflexión frente a la confrontación poética. De tal manera que la poesía de Ramón Palomares, logra lo que en esencia es el deber ser del poema, algo que subyace en el contenido formal, estético y temático: logra hacer sentir. Cuidado de no confundir el efecto estético con el sentimiento que provoque el poema. La primera es lo que la academia se empeña en descifrar, en deconstruir: en encontrarle las cinco patas al gato; la segunda es lo que el lector, a primera vista, recibe. Este poeta es un amigo que nos invita a ensuciarnos de campo, de ciudad y de Vimages (1)enezuela, es una poesía arcillosa que el lector debe ir formando con ayuda del sietecitoque con suma maestría, gracias al oficio de la experiencia ha logrado. Sin embargo, después de la partida del poeta, que es estudiado hasta el cansancio, aún no descubro que hacer con esta Vuelta A Casa.

“Viejo Lobo, contigo todo era alegre reencuentro como cuando logramos distraer la tristeza. ¡Nos vamos quedando solos!”

Ramón Palomares (Adiós Escuque 1968-1974)

El viejo lobo del bosque se fue a escribir más lejos, me dije, ese viejo lobo siempre marcará el paso firme de la poesía. Ahora, para esta generación bit tan decadente que no ha conocido lo sublime de la poesía verdadera, queda un paradigma inigualable. Veamos pues si la poesía que no tiende a esta belleza mimética de las cosas puede superarte, viejo lobo. Perdonarás, pajarito, estas toscas palabras. Pero no he podido evitar quitarme de encima este peso tan negro que me queda después de la tristeza. No puedo amigo mío, tú sabrás disculparlo. Y tú, lector, te encargarás de correr la voz de esto, del poeta, de nosotros. Está en ti decidir si es solo una carga melosa de sentimiento y nada aporta a que leas al Paisano  o si realmente valió la pena esta emotiva charla. Dejo a la tarea de todos encontrarle una mirada nueva a Escuque y su poeta de siempre.

En cambio yo, amigo del alma, me refugio en vos, hasta que sea necesario. Me refugio en tu Reino una y otra y otra vez, hasta que logre, por artimañas de tus letras descubrir, más temprano que tarde, qué voy a hacer con esta Vuelta A Casa entre las manos.

 “y si de ti todo se ha ido y timagesodo está por
llegar

y todo está en viaje y todo es nuevo y vuelve.

Adiós Salud Adiós”

Ramón Palomares (Adiós Escuque 1968-1974)

Cinco poemas Marquesianos

hacer agua de esta boca
boca de agua que se transforma
transformar el agua en boca
que es boca diluida en un beso sin darse

boca, boca
floja
líquida
derramada
en otra boca

la mía

 

***

 

Hondura

saltar muy al fondo
hecho magma-constelación que emerge
siendo líquido oscuro dentro del sello de los días
augurar algo más que malos momentos
detonarse
volcán que arde

***

Llovizna
cae el cielo, terrible
sin pausas
lava los pecados ajenos

***

adiós María Antonieta, adiós
he de negarme a tu miel pálida
   al cálido abrazo de tu abismo
pues no eres la muerta Concha, marina lejanía
     aunque de este agrio sonido de la marcha
d
    e
       s
         i
           e
             n
                d
                   a
                    n         estos mediodías
estás rosas quebradas ante los espejos
   no hay caso posible para esto, NO
María Antonieta
he perdido el fulgor de la carne bajo la lluvia de febrero
   y… no sé
¿adónde irás Maria Antonieta, sin mi carne, sin este espejo que fue un labio dormido bajo el agua?

   habrás de llover algún día

l   e   n   t   o

como una lectura

 

***

 

a Narciso Espejo
gota que gotea agua goteada
que se supone poema gotificado
           gota a gota compone los versos
que son gotas claras de estrellas que se deshielan
       suponerse gota, entonces
sin gotear la noche juvenil y gotisteada
porque al final, poeta, somos gotas
             usted, el poema y yo
gotas de la misma lluvia que cae en distintos planetas, poeta
          ¿no se acuerda, cuando fuimos alguna vez?
gotear la gota hasta que se rebase la gota del vaso
y no hacer más
que ser gota, de lluvia, poema o lo que sea

El ave, el chamán y Carlos Cruz Aceros: una misma carne

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«El ave ancestral» Carlos Cruz Aceros. Memorias del Alquimista. Acero y soldadura.

El ave ancestral: renace de las cenizas, se eleva en un vuelo majestuoso y pictórico hacía el infinito, abraza al cielo en un viaje atemporal: digno de la realeza. Hermoso, sencillo, es el vuelo del ancestro chamánico con su verdadera figura, un ascenso desmedido hacia el descubrimiento de un espejo dentro del fuego de los ancestros. Esta búsqueda es también la de un alquimista que sueña transformar la materia, que la transforma. Un alquimista que se vuelve mago, chamán, ancestro. Que dentro de las transformaciones propias de la materia, de esa metamorfosis constante, su ser interno, el espíritu y su visión se transmutan en la búsqueda del oro. Las ventanas se abren para recibir el olor amarillo del polvo místico del aprendizaje, del árbol creador de conocimiento, que a través de los viajes cósmicos de la introspección, se realiza un ritual propio, druídico, para adentrarse hacia lo sagrado, hacia los dioses ocultos tras máscaras de hierro y tierra, para encontrar, en el vientre de la madre, el origen y el final de la vida. No hay magia que sea más penetrante que la magia creadora, esa magia que ocurre dentro del arte puro como un cuerpo de agua que choca contra el cielo.

Venido de lo profundo de San Juan de Táchira, Venezuela. El ave con alas de fuego, ha tenido una trayectoria esculpiendo rostros de dioses y ofrendas inigualable a su edad. Aun no toca los cuarenta años y cuenta con exposiciones de su ser innumerables, colectivas e individuales. Estas le han traído reconocimientos merecidos a sus grandes vuelos: Orden “Manuel Osorio Velazco” Clase Oro, Avap, estado Táchira, Venezuela (1997); Mención Honorífica de la “Kant Soame Foundation”, Nueva York, EUA (1998); Botón al Mérito Día de la Juventud, San Juan de Colón, estado Táchira, Venezuela (1999); mención Única de Honor Salón de Mallorca, Galería Fama, Palma de Mallorca, España (1999); Segundo Premio “Artista Latino” 5º Salón de Brooklin Herter Gallery, Nueva York, EUA (1999). Es un poeta desde niño, siempre vivido bajo las alas del arte.

“Vida y trabajo son para mí un hecho fundamental en mi vida de creador. Porque aun cuando vivo en un paisaje trabajo desde las ideas”

Carlos Cruz Aceros

Rey leal
«Rey Leal» Carlos Cruz Aceros. Acero y soldadura

Igual que el ave, Carlos Cruz Aceros, emprende un vuelo sin otra ruta que el cielo. En sus propios rituales chamánicos, desciende al vientre profundo y solitario de la tierra, se amalgama a ella, se regodea en su centro que también le pertenece y extrae, con un amor quirúrgico, desmedido y sin precedentes, las esporas que componen su obra viviente. No solo hay una obra que se desnuda como la playa frente al mar, es una humanidad histórica, es el presente y todos los presentes que ahora son memorias. El alquimista toma su descubrimiento, lo desnuda y se desnuda, acercándose al otro y confrontándolo como una catártica presencia dentro del caos moderno. Y es precisamente eso, el caos moderno, lo que ha tomado el alquimista y lo ha hecho visión, viaje, introspección, batalla; ha transformado la materia restante, el olvido lo ha traído al presente como un libro desempolvado, lo presenta –y lo representa- como un espejo que refleja la vampiresca imagen: la visión azulada del nos-otros.

«Es una obra que asciende. Toda mi obra apunta al cielo»

Carlos Cruz Aceros

El chaman, el alquimista y el ave son la misma carne, como la obra, el observador y el artista. Pues es solo en la confrontación, en la reflexión del observador y la obra, donde se conjugan y se recrean los efectos de la transmutación Cuando la obra es descubierta quien la mira se descubre a sí mismo, desnudo, hecho carne o lo que es real: acero. Ese mismo acero es el que describe al artista, que se desnuda en un viaje chámanico, un rey leal y joven. En el guerrero que enfrenta su “Yo” a la obra para hacer un reconocimiento del otro a través de la experiencia propia. Es una conjunción astral de la primera persona plural que reconoce al otro sin alejarlo, por el contrario, la abraza en el fuego milenario de los dioses.

«Tanabuca II» Carlos Cruz Aceros. Acero y soldadura.

Tres, ha hecho la obra mágica, milenaria y ritual, que sean los factores que se confronten el fuego, también triple, del nos-otros. Por eso, dentro de esta obra la transformación es un motivo recurrente. Un apasionado y hermoso lugar común, que va con el avanzar transformándose en una unidad plena. Por eso el acero puede transmutarse en carne, la carne en chamán, el chamán en guerrero, el guerrero en rey y toda la obra en el espectador.

La invitación al viaje que hace el artista es una invitación a cambiar sin dejar de ser. En las raíces de esta florida obra dura, maciza y compacta, subyace lo frágil, delicado y descompuesto del ser, la invitación es a la recuperación de esos fragmentos expuestos del otro. Transmutarse por todos los fuegos como materia insondable que abarca el cosmos oculto del pensamiento más sublime y catártico. Abrazar al guerrero, volverse chamán: dejar que sus memorias se desempolven y cuenten historias que son más propias que ninguna. Que el agua que ya está intrínseca en la exposición sea descubierta y liberada en un vuelo chamánico que apunta hacia adelante, no hacia arriba. Un viaje escabroso, escarpado, lleno de fallas de borde, de sabores a tierra y olores a guirnaldas. Un reencontrarse. Abrazarse en ese avance paulatino y significativo de una comunión con el tiempo, con la obra, con la soledad.

En este viaje la obra conquista al espectador y lo seduce a enfrentarse a su propia visión, así como la historia ha sido conquistada por los guerreros milenarios y astrales, venidos del fuego de todos los tiempos. ¿Será  posible un acto de ingeniería inversa donde el espectador haga un trabajo de reconstrucción de sus propios temores y pasiones hechas figuras? ¿Rehilará la materia prima, el acero, como una cortina delgada y transparente donde se revele a sí mismo? Carlos Cruz Aceros ha dado el paso primordial y se ha desnudado, lo demás, es un azaroso juego entre las divinidades, la obra y el espectador.