El ave, el chamán y Carlos Cruz Aceros: una misma carne

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«El ave ancestral» Carlos Cruz Aceros. Memorias del Alquimista. Acero y soldadura.

El ave ancestral: renace de las cenizas, se eleva en un vuelo majestuoso y pictórico hacía el infinito, abraza al cielo en un viaje atemporal: digno de la realeza. Hermoso, sencillo, es el vuelo del ancestro chamánico con su verdadera figura, un ascenso desmedido hacia el descubrimiento de un espejo dentro del fuego de los ancestros. Esta búsqueda es también la de un alquimista que sueña transformar la materia, que la transforma. Un alquimista que se vuelve mago, chamán, ancestro. Que dentro de las transformaciones propias de la materia, de esa metamorfosis constante, su ser interno, el espíritu y su visión se transmutan en la búsqueda del oro. Las ventanas se abren para recibir el olor amarillo del polvo místico del aprendizaje, del árbol creador de conocimiento, que a través de los viajes cósmicos de la introspección, se realiza un ritual propio, druídico, para adentrarse hacia lo sagrado, hacia los dioses ocultos tras máscaras de hierro y tierra, para encontrar, en el vientre de la madre, el origen y el final de la vida. No hay magia que sea más penetrante que la magia creadora, esa magia que ocurre dentro del arte puro como un cuerpo de agua que choca contra el cielo.

Venido de lo profundo de San Juan de Táchira, Venezuela. El ave con alas de fuego, ha tenido una trayectoria esculpiendo rostros de dioses y ofrendas inigualable a su edad. Aun no toca los cuarenta años y cuenta con exposiciones de su ser innumerables, colectivas e individuales. Estas le han traído reconocimientos merecidos a sus grandes vuelos: Orden “Manuel Osorio Velazco” Clase Oro, Avap, estado Táchira, Venezuela (1997); Mención Honorífica de la “Kant Soame Foundation”, Nueva York, EUA (1998); Botón al Mérito Día de la Juventud, San Juan de Colón, estado Táchira, Venezuela (1999); mención Única de Honor Salón de Mallorca, Galería Fama, Palma de Mallorca, España (1999); Segundo Premio “Artista Latino” 5º Salón de Brooklin Herter Gallery, Nueva York, EUA (1999). Es un poeta desde niño, siempre vivido bajo las alas del arte.

“Vida y trabajo son para mí un hecho fundamental en mi vida de creador. Porque aun cuando vivo en un paisaje trabajo desde las ideas”

Carlos Cruz Aceros

Rey leal
«Rey Leal» Carlos Cruz Aceros. Acero y soldadura

Igual que el ave, Carlos Cruz Aceros, emprende un vuelo sin otra ruta que el cielo. En sus propios rituales chamánicos, desciende al vientre profundo y solitario de la tierra, se amalgama a ella, se regodea en su centro que también le pertenece y extrae, con un amor quirúrgico, desmedido y sin precedentes, las esporas que componen su obra viviente. No solo hay una obra que se desnuda como la playa frente al mar, es una humanidad histórica, es el presente y todos los presentes que ahora son memorias. El alquimista toma su descubrimiento, lo desnuda y se desnuda, acercándose al otro y confrontándolo como una catártica presencia dentro del caos moderno. Y es precisamente eso, el caos moderno, lo que ha tomado el alquimista y lo ha hecho visión, viaje, introspección, batalla; ha transformado la materia restante, el olvido lo ha traído al presente como un libro desempolvado, lo presenta –y lo representa- como un espejo que refleja la vampiresca imagen: la visión azulada del nos-otros.

«Es una obra que asciende. Toda mi obra apunta al cielo»

Carlos Cruz Aceros

El chaman, el alquimista y el ave son la misma carne, como la obra, el observador y el artista. Pues es solo en la confrontación, en la reflexión del observador y la obra, donde se conjugan y se recrean los efectos de la transmutación Cuando la obra es descubierta quien la mira se descubre a sí mismo, desnudo, hecho carne o lo que es real: acero. Ese mismo acero es el que describe al artista, que se desnuda en un viaje chámanico, un rey leal y joven. En el guerrero que enfrenta su “Yo” a la obra para hacer un reconocimiento del otro a través de la experiencia propia. Es una conjunción astral de la primera persona plural que reconoce al otro sin alejarlo, por el contrario, la abraza en el fuego milenario de los dioses.

«Tanabuca II» Carlos Cruz Aceros. Acero y soldadura.

Tres, ha hecho la obra mágica, milenaria y ritual, que sean los factores que se confronten el fuego, también triple, del nos-otros. Por eso, dentro de esta obra la transformación es un motivo recurrente. Un apasionado y hermoso lugar común, que va con el avanzar transformándose en una unidad plena. Por eso el acero puede transmutarse en carne, la carne en chamán, el chamán en guerrero, el guerrero en rey y toda la obra en el espectador.

La invitación al viaje que hace el artista es una invitación a cambiar sin dejar de ser. En las raíces de esta florida obra dura, maciza y compacta, subyace lo frágil, delicado y descompuesto del ser, la invitación es a la recuperación de esos fragmentos expuestos del otro. Transmutarse por todos los fuegos como materia insondable que abarca el cosmos oculto del pensamiento más sublime y catártico. Abrazar al guerrero, volverse chamán: dejar que sus memorias se desempolven y cuenten historias que son más propias que ninguna. Que el agua que ya está intrínseca en la exposición sea descubierta y liberada en un vuelo chamánico que apunta hacia adelante, no hacia arriba. Un viaje escabroso, escarpado, lleno de fallas de borde, de sabores a tierra y olores a guirnaldas. Un reencontrarse. Abrazarse en ese avance paulatino y significativo de una comunión con el tiempo, con la obra, con la soledad.

En este viaje la obra conquista al espectador y lo seduce a enfrentarse a su propia visión, así como la historia ha sido conquistada por los guerreros milenarios y astrales, venidos del fuego de todos los tiempos. ¿Será  posible un acto de ingeniería inversa donde el espectador haga un trabajo de reconstrucción de sus propios temores y pasiones hechas figuras? ¿Rehilará la materia prima, el acero, como una cortina delgada y transparente donde se revele a sí mismo? Carlos Cruz Aceros ha dado el paso primordial y se ha desnudado, lo demás, es un azaroso juego entre las divinidades, la obra y el espectador.

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