Microcuentos (I y II)

I

Eran como piedras que, en la oscuridad de la noche, querían distinguirse entre las otras y comenzaban a saltar.

II

Por más que volvía a abrir los ojos no conseguía ver nada. El rectángulo que me rodeaba ahogaba todo inútil intento por moverme. Y el maldito olor a tierra delataba que esos infelices me habían enterrado vivo.

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Cuatro poetas y una metáfora

Vi con dolorosa preocupación las escaleras mecánicas del metro. Estas ayudantes en el ascenso-salida desesperado donde la maleta pesa menos y se ahorra el andar, monstruo devorador de crocs y voluntades: están próximas a desaparecer frente a un invento innovador de algún genio que ha pasado, de seguro, noches sin dormir. ¿Cómo es esto posible?

En la última semana el grupo literario viajó a Caracas. Nos encontramos entre las masas amplias de gente sudada, presurosa y malhumorada, como jóvenes encapsulados. Antes de que se lo pregunten, sí, logramos pasar «lisos» nuestra semana. Fuimos a nuestras jornadas de crítica lo más tranquilos de la vida, hicimos nuestro trabajo: presentamos ponencias, escuchamos ponencias y devoramos los refrigerios que nos ofrecían. La Católica queda lejos y el trasporte más rápido y bueno, «»»seguro»»» es el metro; este nos dejaba solo a una pasarela de distancia y era nuestro principal medio de transporte. Perdí la cuenta de cuántas veces abordamos el metro, entre entradas, salidas, subidas, bajadas, apretujes, la voz como una letanía: «cuatro caramelos por cien, ¡llévelos!, avanzo, de coco o jengibre mi gente». También nos tomaron por sorpresa las horas pico, hasta un retraso, pero lo logramos. En una de esas tantas repeticiones, al final o al comienzo del día, vimos que el suelo justo al lado de la escalera automática se plegaba formando unos ángulos perfectamente trazados y subía -o bajaba, quizás ambas-, parecía una escalera mecánica pero de concreto ¡y no se movía!

Estábamos sorprendidos ante aquel maravilloso hallazgo, a tal punto, que nos pareció imposible salir hacia la luz incandescente a través de aquel curioso mecanismo. Escalones inamovibles, siempre angulares como esperando a un pie próximo. El pasamanos era igual, estático, nada que podías jugar a sentarte y dejar que la cinta te llevase. Muy raro. Eso era algo que solo había podido salir de algún poema nuestro. Nos pareció, de verdad, muy raro. Veíamos a la gente apretujarse para abordar las escaleras mecánicas y allí estaban estas, vacías, solo unos cuatro o cinco peatones subían -o bajaban, quizás ambas- y lo hacían mucho más rápido. Nos preocupamos: ¡pobres escaleras mecánicas! destinadas a desaparecer cuando todos se enteraran de aquella cosa que también servía para subir. Nos acercamos a una señora que iba presurosa y la bola de gente aglomerada en la pequeña boquita de las escaleras no la dejaba pasar:

-Venga, señora, suba por aquí es más rápido.

-Ay, no es que me caso de una -dijo con gesto de asco.

Y no entendimos, de verdad que no. Vimos también como todos miraban con recelo a los que subían sin problemas las inmóviles escaleras. Sí er385e0d23e8d07865b0c1b2d989591fa2a cierto que se cansaban, jadeaban un poco y hasta podían sudar pero en la cima se veían sonrientes y victoriosos. ¿Por qué la gente no subía por allí? Mientras íbamos emprendiendo nuestro ascenso hacía esa luz que pareciera venir de otro mundo -el metro lo es-, como cuatro poetas que somos pensamos y reflexionamos sobre aquello y nos dimos cuenta qué era aquel hermoso logro de la arquitectura e ingeniería poética: una metáfora.

Sí, como lo leen, una metáfora y no cualquiera: de país. La idea fue como el bombillo sobre la cabeza de Eddison, como la explosión del big-bang, como los disparos cruzando las calles caraqueñas. Es gracioso que nosotros nouvelles en el metro, jóvenes solos en Caracas, turistas pues, turistas, pudiésemos darnos cuenta de ello. ¿Alguien más lo habría pensado? No sé, pero el país funciona como una estación del metro y sus escaleras. Hay muchos buscando la salida fácil, el atajo, lo que menos canse y se apelotonan, golpean, pasan unos sobre otros y se apretujan para llegar tarde, muy tarde -igual no les importa-. Mientras del otro lado, allí cerca, están los que suben sin problemas (con maletas tan pesadas como las que llevamos cargadas de libros) y llegan -incluso más rápido que los otros- pero son mirados feo y desdeñados por presurosos y entonces ellos son los facilistas, los que sudan  y que no delegan lo que sus propias piernas pueden hacer. Y este es el país que tenemos, doloroso como una croc rompiéndose tras la mordida del monstruo, perezoso como un despertar y abarrotado como la escalera.

Aquella idea nos entristeció mucho, pensamos que lo mejor era eliminarla para hacer un bien, por eso del deber moral. Así que fuimos a conseguir un par de mazos y le dimos con toda la fuerza antes los ojos asombrados de la gente. Y lo hicimos, la destruimos y la dejamos hecha pedazos para luego tomar camino y seguir con la rutina.

La literatura no existe

En cuanto a lo práctico de la literatura, hay que afirmar que: esta no existe. ¿Para qué sirve entonces esta nomenclatura que tras años se ha empeñado en acuñarse a las humanidades? Aún más, ¿si no sirvió anteriormente, de qué sirve en estos tiempos? Han hablado los más poéticos escritores sobre la salvación a través de la literatura, los más objetivos críticos -desde los formalistas- de la creación o estructuración del efecto estético del texto a través del lenguaje y de su transgresión a la norma. Y aún si nos empeñamos en acercarnos a esta última afirmación se estaría reduciendo a la literatura a una serie de articulaciones gramaticales sin contenido (los formalistas, principalmente lingüistas estudiaban la literatura desde esta ciencia). El problema de definir siempre ha implicado un riesgo inmenso, sin embargo, es menester hacer un «acercamiento» (como se ha denominado a la «definición» por miedo al rechazo de ideas) de los conceptos para, sobre esa base, trabajarlos.12884583_10209183423133117_996129404_n

En la actualidad «literatura» está definida por el gusto. El concepto está reducido a la subjetividad del lector que considera las obras con base en el placer que le ha causado. Pareciera que esto es lo que ha definido siempre al vejado concepto y que con el pasar del tiempo nuevas definiciones se han transmutado. Entonces el concepto está ajustado a una definición hueca y convencional que va desde lo micro a lo macro, es decir, desde el individuo a la sociedad. Sin embargo, cualquiera fuese la definición micro o macro de esta, eso no responde la pregunta sobre su utilidad. Las sociedades que giran alrededor de un centro para oponerse y diferenciarse de un «algo» concreto necesitan de aportes útiles para crear el carácter heterogéneo de ellas. La literatura no participa de esto. Solo construye un carácter de reseña no pragmática.

En una sociedad venezolana tan caótica, la literatura solo ha de servir como escape, negación. Funciones que son completamente inutiles para el desarrollo pedagógico de una sociedad. También habrá de servir de loa y alabanza, cosas que como las anteriores no sirven para nada.  De tal manera que la definición hueca devenida de lo cómodos que se sienten algunos con el texto, nos refleja una literatura que engloba trabajos textuales puramente formales, de trabajo de la lengua, un trabajo enfocado en una función emotiva jackobsoniana. No importa si el tema tratado es inaudito, si la forma es perfecta, «literatura» lo hará la convención. Pues aunque un texto haya nacido para ser tal cosa, muchas veces termina, por la convención, siendo un folletín más.

Concordemos entonces que la literatura es todo texto que sirve para crear un placer por el puro hecho de crear placer. Es un hecho erótico. El erotismo se desvía de la reproducción y la literatura se disloca y desvía de su principal objetivo: ser útil. La existencia de la literatura como hecho útil está en veremos, pues como mencionamos anteriormente, hay quienes afirman, con todo el sentimentalismo del mundo, que sirve como reflejo de las emociones, vivencias y cosmovisiones del individuo. Sin embargo, esto no le imprime un carácter de utilidad, sigue por tanto siendo inútil para una sociedad activa. De tal manera que si con cautela observamos: la literatura trata de mezclarse a este mundo caótico por el que transcurre su no-existencia, su presencia sin esencia; he allí la necesidad de volverse cada vez más micro, no hay tiempo para perder fijándose en extensos tratados por placer, como el sexo en los japoneses, el acto del placer se reduce a cuestión de escasos minutos, un polvo de gallo, un rapidín.

Por otra parte, si tomamos en cuenta una definición formalista de ella, veremos pues, que tampoco comporta algo de gran utilidad. ¿Para qué sirve la dislocación del lenguaje cotidiano, lenguaje que por sí mismo también puede ser literario? Y además, no conforme con ello habría que definir qué es lenguaje cotidiano. Porque no todos manejan el mismo registro del habla. Concordemos pues que la literatura «es un hecho erótico» como mencionamos antes.

He tratado en pocos párrafos de hacer una reflexión un poco tosca del concepto que nos embarga y sigo sin contestar las preguntas primeras. Sin embargo, el problema que nos acaece no es algo sencillo de dilucidar, pero se puede afirmar, con tajante crítica, sin basamentos (en otro articulo hablaré de la reflexión y argumentación sin autoridades) que la literatura ad initium et per se es todo texto capaz de crear y recrear un efecto estético a través de la transgresión de la cotidianidad lingüística y que además sean considerados «bien escritos». Funciona como categoría englobante de todos aquellos textos capaces de trascender lo micro y volverse macro, es decir, ir del individuo a la sociedad como explicación de la explotación imaginaria. Con respecto a lo práctico, realmente carece de ello: he aquí su inexistencia. ¿Cómo catalogar de existente algo que no es práctico en lo tangible? Quizá sea muy bíblico dicho cuestionamiento, pero resulta interesante observar lo que trabajamos desde su carácter de funcionalidad real en la sociedad moderna. La literatura no sirve para nada y estamos trabajando sobre una base de arena sin escayolar y brisa de espejismo. ¿Cuándo se ha visto que la literatura responda a problemas reales? Quizá porque no le interese hacerlo (para eso está la ingeniería y ciencias duras) Esto podría contestar el porqué Japón decide abolir las humanidades. Sea cual sea, la función de la literatura y lo que «es» en sí misma, será aun problemas que acaecerán sobre los eruditos y aquellos quienes reflexionen su campo de desarrollo, como nosotros.

v secreto

Escondido para mis sentidos se guarda, en lugar remoto y adversario, el fresco elixir del sentido de mi vida. Una esencia que cauteriza el alma herida y calma dolores en la memoria que son parte de la condición moribunda del cautivo ser. Es depósito de los amaneceres de esperanza y los crepusculares sueños juveniles del perfume blanco de un ser destellante y lejano de poesía ausente e incomprendida; destilado de bailes gentiles y confines celestiales; de movimientos de alas angelicales en miradas piadosas donde el aroma a palabras en voces suaves revela un ente remoto en la misteriosa memoria de un alma conocedora de su destino antes de unirse a la carne dentro de la que lucha, y queda oculto aquel secreto aún más en las frágiles intenciones de lo poco que dice todo lo que puedo decir.

ii cruel línea

tropezaba contra sus malas intenciones
el hombre sentado frente a su infancia había aprendido ignorar
están los tan esperados comienzos
dónde están las fieras ignoradas entre grietas
me he incluido a mi mismo en la ignorancia
para entregarme a los sentires
de las cosas que ya no siento
dejar trapos sucios hasta que
otro fuerte anhelo perfumado
y dulces regalados esparcidos por el suelo
en vez de la onda franja rota
del lenguaje corrupto
algo más allá de las intenciones
flor que oculta el destino
sonido ausente de sueños que fueron
prístina memoria
anhelada esperanza
lugar remoto
lugar común
lugar de todos
lugar espacio
lugar en cero
lugar partida
lugar de fuga
la escalera rota
a lo más alto
caída infinita como el anhelo
voces de lobos desde mis adentros
perfume inmortal
caída infinita

Poema Marquesiano, silencio, por favor

ahora comprendo este advenimiento de los soles
que se tajan, se vuelven rodajas de una misma piel
y solo tres lenguas pueden pronunciar sus aguas
cuando se disuelven                     si es que se disuelven

por eso esta decisión de ser colibrí
casa, agua y tierra
que danza tras la poesía
tras la creación de toda está luz opaca
que aguarda la fuga
la caída de las constelaciones neptunianas
o el regreso
a una forma infranqueable
donde su significación sea escasa
polvo que construye cortinas
y se queja

ahora entiendo señor, sí, solo ahora entiendo
que este advenimiento ha sido para recibirme
para dejar de lado lo más líquido de mi fuego
y descongelarme
como en las notas que palpa el jazz
y ser algo que se mezcle a otro algo
como si solo fuera una estrella que se desprende del hilo rojo que teje
y teje y teje
la jugada precisa de los iracundos rayos
de los solitarios dioses que se presentan en mareas secas
secas inundaciones que se advienen

que se presentan
que me saludan

-allá va la lengua, en el congelador
se le calló el signo, se le cayó el significante
mire, vuelva
que los soles lo recojan-

ahora entiendo que el silencio es una espora que se desprende del agua calma
ahora sé que los soles fueron hijos de la lluvia
ahora entiendo que la esfera es un triangulo que desciende a los portones derretidos
solo con el advenimiento de los soles he comprendido que la noche no existe
y que nada es verdadero
que la poesía aún no nace
y que yo, realmente no sé que estoy escribiendo

por eso,
a favor de concordia
de que la lengua recupere el signo
y este la abrace como amante
y la penetre con el fuego del sentido

yo me callo

yo procuro silencio
yo procuro viaje a todo lo que fue dicho

y desciendo: silencio, silencio

 

sssshhhsssssshhhh

Noche cuarta del tercer mes

Siempre recordaré el día que llegó el libro a mis manos. Grueso, marcado por el tiempo, como una piedra brava. De manos nobles, aquel ejemplar que tanto había codiciado para mi biblioteca, llegó sin buscarlo. Recordaré también, que nunca salió de la sucursal que había materializado al lado de mi cama, lugar privilegiado para mis libros, pues era como una sala de espera para ser descubiertos, desnudados, devorados. No olvidaré tampoco la extraña sucesión de hechos alrededor de aquel libro, todas las noches en vela que me provocó, como si hubiese estado escrito, en otro libro, la historia de esos días. No olvidaré el susto, principalmente, la llamada anterior a eso, que provoco un oscuro sonido que penetró mi piel, hizo erizar mis cabellos tras la nuca y me recorrió ese frío que, al sentirlo, uno intuye que significa.

El carro partió de la casa, lo recuerdo bien, él se había puesto una camisa verde a rayas y un pantalón jean. No pensó mucho para salir, pues esas fueron las primeras prendas que encontró; era como si la calle lo llamara, lo invitara a pasearse sin control porque no había peligro, eso parecía. En la tarde habíamos estado tranquilos, escuchando el azul vibrar de las cuerdas de un violín, viendo cómo las manos agiles del director dibujaban en el aire compases llenos de gala y dulzura, como si fuese, antes que músico, un pintor que traza líneas imaginarias y con una pintura diluida. Reíamos, porque hablábamos de lo bien que vestía la concertino. “Está muy bella, poeta mire como mueve la mano y con la dulzura que toma el arco, es como que abraza cada nota que hace sonar”. Él siempre tan pícaro, lleno de tanta elegancia y sobriedad. Nada de lo que hicimos esa tarde auguró algún hecho fatal posterior, ni siquiera que me quedé con sus llaves cuando fue a casa. Tampoco que le costó salir, que olvidó la chaqueta y extrañamente, se llevó su teléfono, nunca salía con el aparato, por aquello de que lo fuesen a robar.

Yo leía, solo podía leer, apasionadamente me iba sirviendo del plato denso de la poesía del Paisano poeta. Pensaba también en aquella enamorada que no llegaba aún a casa y en que no había escrito nada en toda la semana. El frío se hizo espeso y agudo. La noche muy silenciosa y solitaria: oscuras las calles que transité al volver a casa. Me esperaba, primero en la lista, aquel libro que tan hace poco había llegado a mis manos. Me lo regaló él, muchacho ejemplar, ese primero de mes, hizo una dedicatoria especial con la maestría de quien firma una carta de amor, yo me reí, a pesar de que vi, más en el sueño que en la vigilia, el libro deseado. Cuando él se fue, yo me quedé leyendo. “Vuelve en una hora”, me dije, “ese debe andar allá afuera del apartamento, hablando con el amigo”, pero no. Pasó una hora, pasó otra y nada que entraba. Salí varias veces de la habitación a cerciorarme de un regreso que aún no se había producido, como quien ve el reloj cada cinco minutos y este nunca avanza, como quien espera una noticia de un médico. La preocupación iba en aumento y la respiración poco a poco se iba cortando en aquella sala de espera. La gente reunida, sin saber exactamente cuál era la situación. El carro andando veloz por la ciudad, dando vueltas como María en la sala, como los libros, como mi mano recorriendo las páginas, mis ojos como dos ruedas girando en el Reino. Nadie se pronunciaba, el silencio espeso y sucio, como el aserrín húmedo, apretaba la habitación. Yo me llevaba las manos a la cabeza, me levantaba, revisaba: nadie en la puerta, seguía leyendo. Él, extrañamente decidió ponerse el cinturón, la comezón en su mano derecha, como un enjambre que vuela cerca de la piel, le llevó a ponerse el cinturón. “Quién sabe, por si acaso”. Ambos reían mientras le daban sorbos tranquilos a la cerveza. Yo me perdía en lo más profundo de la casa, como en una esquina indicada precisamente para mí.

“¿Adónde iba la noche tan tranquila?” era la pregunta que, ceñida a la frente, daba giros descontrolados. Yo, solo veía al siete regodearse en su poema, mientras quedito él cerraba los ojos a una hora desesperada. “No, poeta, no se vaya, vuelva” y no volvió, se despidió de una manera muy tranquila, sonriendo tan gentilmente como para calmar a los presentes. Luego de tanta espera al fin los habían dejado pasar, como yo había permitido la entrada de los libros a la cama, lo rodeaban sus más cercanos, le besaron las manos menudas y se despidieron de la manera más tranquila que conocían. Se detuvieron en la esquina. Alguna figura importante daba la noticia del deceso del poeta, mi teléfono sonó: “Poeta, se nos fue el sietecito, el pajarito ya no aletea”. La lluvia me incendió el pecho y el corazón rojo como el semáforo se aceleró a una velocidad de accidente. Los chocaron por donde él iba sentado, en el puesto del acompañante. El shock paralizó su corazón y yo leí la dedicatoria que había escrito. El choque, fue en una avenida italiana, al lado de un hospital. Alguna figura importante, algunos dicen que ministro, llamó a emergencias, después de haber llamado a un amigo para informarle que cierto poeta acababa de fallecer. Yo solté el teléfono y volví a leer, solo, en mi cuarto, preguntándome qué iba a hacer con esa vuelta a casa entre las manos. Leía al poeta, la dedicatoria, lo llamaba a él y nadie contestaba: ni el libro, ni el poeta, ni él, que salió y volvería en una hora.

Solo habían pasado cuatro días desde que el libro me había llegado a las manos, el ministro tenía solo horas dando la conferencia, yo apenas un par de minutos de haber terminado un último poema, él una hora de haber salido. Como un extraño circulo pasamos aquella noche cuarta del tercer mes.

Cinco poemas Marquesianos

hacer agua de esta boca
boca de agua que se transforma
transformar el agua en boca
que es boca diluida en un beso sin darse

boca, boca
floja
líquida
derramada
en otra boca

la mía

 

***

 

Hondura

saltar muy al fondo
hecho magma-constelación que emerge
siendo líquido oscuro dentro del sello de los días
augurar algo más que malos momentos
detonarse
volcán que arde

***

Llovizna
cae el cielo, terrible
sin pausas
lava los pecados ajenos

***

adiós María Antonieta, adiós
he de negarme a tu miel pálida
   al cálido abrazo de tu abismo
pues no eres la muerta Concha, marina lejanía
     aunque de este agrio sonido de la marcha
d
    e
       s
         i
           e
             n
                d
                   a
                    n         estos mediodías
estás rosas quebradas ante los espejos
   no hay caso posible para esto, NO
María Antonieta
he perdido el fulgor de la carne bajo la lluvia de febrero
   y… no sé
¿adónde irás Maria Antonieta, sin mi carne, sin este espejo que fue un labio dormido bajo el agua?

   habrás de llover algún día

l   e   n   t   o

como una lectura

 

***

 

a Narciso Espejo
gota que gotea agua goteada
que se supone poema gotificado
           gota a gota compone los versos
que son gotas claras de estrellas que se deshielan
       suponerse gota, entonces
sin gotear la noche juvenil y gotisteada
porque al final, poeta, somos gotas
             usted, el poema y yo
gotas de la misma lluvia que cae en distintos planetas, poeta
          ¿no se acuerda, cuando fuimos alguna vez?
gotear la gota hasta que se rebase la gota del vaso
y no hacer más
que ser gota, de lluvia, poema o lo que sea

Nota Editorial

Nos vemos hoy enfrentados a los vicios de nuestra generación a la vez que estudiamos los vicios de las generaciones pasadas. Hacemos de unos un mal que no queremos poseer en nuestras obras y de otros males que abrazamos con una esmerada dedicación que parece un profundo amor. Así creemos que debieron verse enfrentados a sus contextos los grandes autores de nuestra literatura y así nos vemos nosotros a mismos, en una especie de tradición en la que lo juvenil siempre debe mostrarse rebelde y disruptivo luego de mamar del seno que lo alimenta.

Versos escritos a luces
«Versos escritos a luces». Fotografía: anónimo. Trujillo, Venezuela.

Quienes somos hoy, y quienes seremos, es algo que iremos continuamente descubriendo mientras nos abrimos paso entre las letras de nuestra nación y del mundo. Y seguramente, como lo demuestra la historia, será el futuro el que hará comprender, mejor que nosotros, lo que fuimos y significamos. Igual será con nuestra realidad política, de la cual nos encontramos plenamente conscientes y, aunque no tengamos gran entusiasmo por incursionar en el realismo político nacional contemporáneo, sin duda es un tema que nos corresponde estudiar y sobre el que nos podemos manifestar.

Pero no creemos por esto que es nuestro momento de lanzar un sonido estridente y juvenil para crear ya mismo y sin más preámbulos la nueva premisa de la literatura moderna. Tampoco creemos que ya es momento de abrazar de forma sesgada y desmedida la supuesta gran premisa de la posmodernidad y morirnos con ella; ni tampoco de hacer una regresión, en forma de una especie de reacción conservadora, para contener el avance de esas manifestaciones que, de forma discutible, podríamos al final terminar reconociendoles un poco más de valor literario que muchos de los best sellers actuales en la industria, que sabemos bien tienen gran difusión mediática no por tener grandiosos aportes sino por saber calar en las modas de la sociedad. Por esta razón nos encontramos abiertos a ideas experimentales y transgresoras que puedan llamar la atención del público para acercarlo a nuestras propuestas.

Nosotros además tenemos gran interés por nuestra rica historia literaria y nos enfocamos en revolver nuestras bibliotecas hasta dar con la comprensión de muchas poéticas y quintaesencias. Evocamos nuestras reflexiones más apasionadas sobre nuestras lecturas porque así creemos estar más cerca de las buenas comprensiones sobre los autores -y sus obras- que muchas veces mueren siendo incomprendidos.

Reconocemos además en nuestra educación y la academia errores que por nuestra cuenta intentamos enmendar; no por el bien de la academia sino por nuestra propia formación como literatos y humanistas. Creemos que esta actitud es fundamental para cosechar los frutos que tanto anhelamos, pues alguien que triunfa académicamente no necesariamente puede triunfar en lo personal de la literatura, y alguien que logra triunfar en algunos aspectos ante la literatura no significa que haya triunfado en todos los aspectos académicos.

Entonces, para sintetizar todo y enumerar nuestros lineamientos: primero, rechazamos la posmodernidad como estética y temática a seguir en las obras que podemos crear; segundo, nos nutrimos de nuestra literatura para crear nuestro propio paradigma en el presente y tener algo que aportar al futuro, es decir, nos enfocamos en lo que podemos crear hoy sin dejar de estar conscientes en ningún momento del carácter cronológico de la literatura; tercero, buscamos constantemente qué tiene la literatura nacional y universal para ofrecerle a las letras de nuestra generación; cuarto, sin miedo de rayar en lo cursi, reflexionaremos con pasión y sentimiento las obras que pasan por nuestras manos, tanto en cuanto a forma como tema, deseando aportar perspectivas que acerquen al lector con las intenciones más interesantes atrapadas en la obra y las funciones en su forma de realizarse; quinto, nos encontramos abiertos a la experimentación con la forma y los medios de difusión -tanto tradicionales, modernos, como otros más polémicos- como una forma de llamar la atención del público o causar impacto.